Inicis i primera organització: assaig, creació, primeres col·laboracions




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liquidDocs > Amiga y colaboradora de algunos de los socios, Fani Benages trabajó en la gestión del centro sin salario y de una manera altruista. En aquel momento, ella trabajaba en la APdC, la Asociación de Profesionales de la Danza de Cataluña. Daba los primeros pasos en el ámbito de la gestión de la danza, y llevaba el management de Trànsit, la compañía fundada en 1985 por María Rovira, una de las socias fundadoras (que más tarde abandonaría el centro). Según Fani, en La Caldera, en aquellos primeros años todavía no se trataba de montar una estructura con un plan preestablecido y unos objetivos definidos: “En principio, La Caldera surgía de una necesidad de las compañías de hacer su trabajo, y entonces no pretendía ser ningún centro de creación, ni lo que después ha acontecido. Todo funcionaba en otras circunstancias, pues en aquel momento todo era muy casero y artesano,  había esa pureza del ensayo puro y duro. Posteriormente la creación ha ido cambiando mucho, también a nivel de medios”. Entonces, la realidad era muy prosaica y las carencias marcaban el ritmo. Era un momento en que proyecto, centro y colectivo estaban en una fase del todo embrionaria: “Al principio, el edificio básicamente era un espacio de ensayo, un lugar de trabajo, donde todos eran muy jóvenes y cada cual tenía prácticas y currículos muy diferentes. Posteriormente vendrían las interacciones con otros artistas, y las clases y los cursos. En los primeros tiempos, el centro tenía un funcionamiento asambleario, que llevaba mucho trabajo. Todo el mundo iba un poco a lo suyo, era todo muy free style. Básicamente, los temas a resolver eran todos muy prácticos, de organización de espacios y de horarios, y pocas veces teníamos tiempo de pasar al ámbito más reflexivo o teórico. Por ejemplo, la oficina tardó unos años hasta que estuvo en el propio edificio de La Caldera. Primero estaba en mi casa, porque en el edificio de La Caldera lo único que  había era una habitación minúscula, que se compartía con la oficina de alguna compañía, y donde hacía un calor horrible. Y  había problemas de espacio, por ejemplo en el almacén, donde recuerdo que había mucho lío, con todas las escenografías y los bultos de los socios”.

La Caldera era al principio una especie de gran cuerpo con muchas extremidades pequeñas, sin un elemento vertebrador claro o definido. Beatriu Daniel se remite a una observación de una de las socias, para explicar la situación antes del 2005: “Inés Boza lo explicaba con una imagen muy aclaratoria: hacía una comparación y decía que, mientras la oficina de La Caldera medía unos tres por dos metros, seis metros cuadrados, el espacio para los artistas era de unos mil metros cuadrados”. Y, partiendo de este tema espacial y funcional, Carles Mallol ya dibuja las tres fases cronológicas y de funcionamiento que el centro de creación seguiría en sus dieciocho años de vida: “Yo hablaría de tres etapas del centro: la primera con un local de ensayo como si fuera una casa de vecinos, donde no sabías lo que hacía el del quinto izquierda, porque cada compañía estaba muy centrada en su trabajo. En aquel primer momento las compañías eran muy potentes, pero ¿La Caldera donde estaba? En aquella época no lo sabíamos. En la etapa intermedia  había cierto equilibrio entre las compañías y el proyecto Caldera. Y en la última etapa el proyecto Caldera se sitúa arriba de todo, y las compañías que quedan se encuentran muy débiles”. Así lo explica Alexis Eupierre, incidiendo en la idea de un espacio que era compartido pero todavía no era comunitario: “En aquella primera época no había un espacio social común: La Caldera era una puerta, unos pasillos y la entrada a una aula. Todo el mundo estaba trabajando a puerta cerrada, concentrado en su ensayo, y esto hizo que se dilatara mucho el periodo de conocimiento mutuo”. Pero, como dice Claudia Moreso, en la escalera de vecinos había pequeñas interacciones: “Al principio éramos células independientes, y dedicábamos todo el tiempo a gestionar cada cual su compañía. Cuando estrenábamos alguna pieza, sí que hacíamos algún ensayo abierto, para ver qué opinaban los otros. De alguna forma, a nivel creativo sí que nos íbamos contaminando un poco. Porque, al estar muy puestos en la creación, a todos nos ha enriquecido mucho el hecho de poder contrastar y compartir diferentes miradas con los otros. Quizás si hubiéramos estado solos en un local, algunos de los cambios y de los riesgos que hemos asumido no se hubieran dado”.

Hay que destacar que estas complicidades se daban y dependían de otro factor importante: el background y la trayectoria que cada socio tenía, y que había servido para ir perfilando tanto una forma de hacer como una forma de imaginar la actividad creativa. Y, por lo tanto, para imaginar también el lugar de la creación, en clave de presente y de proyección en un futuro inmediato. En el caso de Montse Colomé, comenta la importancia de su experiencia colectiva con Comediants, en Canet de Mar, así como de su paso por Nueva York, donde descubrió un modelo de espacio para el arte: “Viví en Nueva York del 1979 al 1982, alrededor de mis veinte años, y allá fui bastante asidua de la P.S.1 de Queens [la Public School No. 1 o Institute for Art and Urban Resources (IAUR), fundado en 1971]. Era un lugar con residentes del ámbito de las artes plásticas, y hacían un tipo de exposiciones donde se transformaba el espacio. No se veían cuadros, sino vivencias de artistas. Y cuando vi La Caldera, pensé que podría ser como el P.S.1, pero en versión danza. También con artistas residentes e invitados, que  hicieran sus historias”. En este sentido, a lo largo de los años se han sucedido los cambios y las reformulaciones, las connivencias y las coincidencias de La Caldera con otros centros. Ya fuera con proyectos concretos y compartidos, como en el caso del centro portugués O Espaço do Tempo, con el que iniciaron en 2007 el intercambio de residencias del Proyecto Transfer. O ya fuera sólo con coincidencias en el espíritu y en ciertos objetivos: como opinaba Jeremy Wade, coreógrafo residente en Caldera Express’08, La Caldera se encontraría en la línea alternativa y experimental de centros como el Chez Bushwick de Brooklyn en Nueva York.

Por su parte, las tareas de Fani Benages en los primeros años de La Caldera correspondían a la coordinación de una asociación cultural que, a pesar de que todavía no estaba institucionalizada o muy definida como lo estaría posteriormente, poco a poco y de manera inductiva asumía un papel, y creaba sobre la marcha un modelo de funcionamiento: “El alquiler de entonces eran unos mil quinientos euros al mes, y cada socio pagaba su cuota. Yo los ayudaba a salir adelante, pedía las primeras subvenciones, gestionaba un poco la contabilidad y los temas de gestoría, la coordinación y las actas de las asambleas. Fue después cuando, para avanzar, hicieron un esfuerzo a nivel de gestión, y lo institucionalizaron y organizaron más”. Y el centro, que todavía tenía un programa bastante indefinido, pero ya funcionaba con algunos postulados identificables, fue tomando forma y posicionándose poco a poco, con unas dinámicas institucionales que eran también muy diferentes a las que vendrían después, según Fani: “Las primeras subvenciones que tuvimos venían del INAEM [Instituto Nacional de las Artes Escénicas y la Música] y de la Generalitat de Catalunya.